No quiero decidir sobre todo

Lo que me enseñó mi carnicero del barrio

Me gusta lo simple. Libros, muebles, apps, arte; todo. No me gusta cuando las cosas se tornan demasiado complejas, cuando pueden tener distintas interpretaciones o son demasiado ambiciosas desde su concepción.

Quizás sea una limitación de mi personalidad. Cuando tengo muchas opciones me abrumo, no me gusta tener tantas alternativas para elegir. El tener que tomar muchas decisiones me estresa un poco.

Me acuerdo de cuando iba a la carnicería en mi antiguo barrio y tener este diálogo:


– ¿Me das una tapa?
– ¿De nalga?
– Sí

No importaba si el carnicero me preguntaba de nalga, de asado o lo que sea, yo siempre decía que sí. No quería decidir, prefería que hubiese una sola opción. Puede parecer ridículo, pero sinceramente no quiero decidir sobre todo.

Lo simple tiene su encanto. Y no confundamos lo simple con fácil, porque hacer algo simple es extremadamente difícil. Crear algo no es solo decidir qué es lo que va a tener, sino también hay que decidir qué NO va a tener, y ahí está la complejidad. Es necesario evaluar y decir “NO” a un montón de cosas. Es tenerla bien clara para darle la espalda a una cantidad infinita de casos y posibilidades.

Para desarrollar aplicaciones tenemos que tomar miles de decisiones. Podemos optar por agregar cientos de opciones para cubrir todos los casos y dar flexibilidad total al usuario, dejar que ellos decidan, o también podemos tomar decisiones por ellos, darles algo más simple, no abrumarlos con tantas opciones. A mí me gusta cuando pasa esto último y por eso le digo “NO” a muchas cosas que se me van ocurriendo.

Siempre vi, como parte de mi trabajo, hacer lo difícil fácil. “Simplificar” no es solo mi objetivo, es mi bandera.


Si te gustó lo que leíste o querés levantarme un poquito el ego, te invito a suscribirte a mi newsletter para recibir un email cada vez que escribo algo.